Uno de mis géneros favoritos sobre todo en el cine y los videojuegos, aunque no tanto en la literatura, es el de terror. Normalmente, casi cualquier cosa de este género que cae mis manos ya sea en formato película o videojuego suelo probarla. En el cine es difícil que una película catalogada como de terror realmente llegue a provocarlo, ni de lejos. Casi todo se reduce a bandas sonoras machaconas y sustos repentinos. Sustos que producen más risas nerviosas que sudores fríos.
En cambio, el género de terror o survival horror de la scene jugona suele tener unos niveles de excelencia increíbles. El abanderado de este género probablemente sea Resident Evil (saga), pero hay muchos, muchos más. ¿Mis destacados? Alone in the Dark, Cold Fear, Deep Fear, Parasite Eve, Rule of Rose, Dead Space, Haunting Ground, Left 4 Dead, Dino Crisis, Splatterhouse, Alien Isolation, Forbidden Siren, Project Zero, Condemned o Alan Wake, entre otros muchos. Juegos que me han quitado el sueño, que me han hecho recelar de la oscuridad, que dan miedo de verdad. Podríamos hablar de épocas o generaciones, pero no hay discusión, la de los 128 bits supone la era dorada del género. Y por encima de todos, el destacado que echabais en falta, mi favorito, Silent Hill 2, una obra maestra indiscutible.
Pues bien, recientemente esa lista personal ha crecido con un título que me ha sorprendido gratamente: Outlast.
LA HISTORIA
Aquí no tenemos nada nuevo bajo el sol. Somos Miles Upshur, un periodista que recibe un email anónimo que reza así:
Sé que no me conoce, pero he de hacer esto rápido. Podrían estar vigilándome. Trabajé durante dos semanas en las instalaciones de sistemas psiquiátricos Murkoff, en el monte Massive, como consultor de software. Me temo que estoy quebrantando un montón de acuerdos de confidencialidad, pero que les jodan. Están ocurriendo cosas terribles. No lo entiendo. Soy incapaz de creer la mitad de las cosas que vi. Los doctores hablan de una terapia del sueño que había llegado demasiado lejos, de algo que habían encontrado en la montaña y que les había estado esperando. Murkoff está ganando dinero a costa de hacer daño a muchas personas. La verdad tiene que salir a la luz.
Naturalmente, el correo despierta la curiosidad de Miles que “armado” con su videocámara decide adentrarse en el Hospital Psiquiátrico de Mount Massive. A partir de ahí comienza su calvario.
La idea de un periodista que decide investigar asuntos tenebrosos no es nueva, como decía. Muchos habréis recordado aquí al Robert Black de Providence de Alan Moore, en su acercamiento a los mitos de Cthulhu de Lovecraft. Y es que periodistas o escritores (Alan Wake) son un buen recurso de personajes que tienen una excusa profesional para investigar donde nadie más lo haría. Pero que esta fórmula ya se haya dado con frecuencia en otras ocasiones no es una crítica a Outlast. Más bien todo lo contrario, es una muestra más de lo bien que funciona esta idea. Aquí, a través de una cámara y las anotaciones que hace Miles, descubriremos una historia de experimentos psicológicos y médicos, torturas, intereses de grandes corporaciones o incluso posesiones demoníacas.
¿CÓMO SE JUEGA A OUTLAST?
Su jugabilidad se resume en dos acciones: correr o esconderse. Esto nos recuerda inevitablemente al infravalorado Alien isolation de Sega. En éste sólo podíamos huir y escondernos del alien o, como mucho, repelerlo temporalmente. El resto del tiempo lo pasábamos escondidos bajo una mesa o en una taquilla mirando por unas rendijas. En Outlast ni siquiera podemos defendernos ya que no tenemos armas, lo que provoca aún más incertidumbre. Si te pillan estás muerto.
Hemos de ir despacio, agachados, buscando refugio en rincones, asomando el cuerpo antes de dar el siguiente paso. En este sentido, el juego provoca auténtica angustia al pensar que estamos indefensos acostumbrados a otros survivals donde podemos disparar. Aunque generalmente es típico del género tener munición o recursos limitadísimos (de ahí lo de survival).
Pero, si nos descubren, esta calma tensa se torna en pánico y comenzaremos una carrera desesperada por sobrevivir. Además, no tenemos radar ni forma alguna de anticipar a los enemigos. En este caso, nos enfrentamos a dementes, locos con machetes o tijeras enormes dispuestos a darnos una paliza y mutilarnos. Y digo bien, mutilarnos, porque este juego tiene momentos extremadamente gore. Escenas que hacen que las películas Saw parezcan un capítulo de La casa de la pradera.
Aun así, como habréis adivinado ya, Outlast es un juego de sensaciones. De modo que cuando estamos cerca del peligro la respiración del personaje se entrecorta e intensifica, como una premonición. No hay voces en off, cinemáticas o vídeos, de eso nada. Todo es in game, algo que te sumerge 100% en el juego. Esto, al ser un juego bizarro, con vísceras, sangre, pilas de cádaveres o empalamientos, significa que lo pasaremos mal.
MILES GRÁBALO TODO, POR TU P*** MADRE
¿Habéis visto la peli REC? Outlast sería su adaptación a videojuego. De nuevo un(a) periodista investiga hechos sobrenaturales. Seguramente Red Barrels, estudio independiente desarrollador del juego, no pasó por alto esa obra. Prácticamente jugamos a oscuras o con el modo visión nocturna de la cámara.
Gatear por una cloaca de sangre, entre susurros, jadeando ante peligros inminentes y sólo con el night shot hace que se te ericen los pelos de la nuca. Outlast te asfixia, es insufrible, en el buen sentido.
Imaginad un sábado lluvioso y otoñal, sobre las 1 de la madrugada, en vuestra habitación jugando. Y en el juego comienza a llover mientras a oscuras, con la visión nocturna, vas buscando retazos de una historia de experimentos psicológicos que salieron mal. Chungo, ¿verdad? Al fin y al cabo, las pistas son señales de sangre, y seguir rastros de sangre no es muy halagüeño.
Además, toca inspeccionar a fondo los escenarios no sólo para recoger documentos reveladores de la trama. También porque, como buen survival, los recursos son escasos. En este caso, encontrar pilas para la videocámara es crucial. Tanto o más que encontrar un cartucho de escopeta en Resident Evil. No hay más, ni jeringas sanadoras, botiquines o armas, sólo pilas. Y cuando tenemos pocas, a veces toca aguantar la respiración e ir a tientas en la oscuridad. Como digo, un juego de sensaciones, magnífico en ese sentido.
SÍNTOMAS
El final en estos casos no suele estar a la altura. Porque la historia no queda redonda, porque se resuelve de manera absurda o previsible, o porque no es lo que nos gustaría. Como en todo, lo importante es el viaje más que el destino. Tendréis que jugarlo para juzgar el final de este juego. En mi caso ha sido agridulce pero satisfactorio. Además la historia se ha ampliado con expansiones. En una de ellas (Whistleblower), por ejemplo, conoceremos a quién envío el email que despertó la curiosidad de Miles.
Pero no es oro todo lo que reluce. Muchas veces uno se encuentra perdido corriendo como pollo sin cabeza. Quizá haya sido algo deliberado por parte de sus creadores. Se trata de situaciones de las que uno acaba saliendo por ensayo y error tras varias muertes. Algo que no supone ningún reto al jugador. Tampoco hay puzzles, lo que podría haber dado mucho juego en este título. Se trata de un hospital psiquiátrico, podrían haber introducido rompecabezas verdaderamente retorcidos. No, todo es busca la llave tal o abre la válvula cuál.
Puede que un personaje secundario le hubiera dado más profundidad. Alguien que nos hubiera ayudado a conocer más sobre el protagonista, sus motivaciones fuera, su historia previa. Son sólo algunos puntos flojos que he encontrado y que esperemos que Outlast 2, que ya viene en camino, mejore. Esto también pasaría por incluir doblaje en castellano más allá de subtítulos.
DIAGNÓSTICO
A nivel gráfico y sonoro luce bastante bien. Yo lo jugué en su versión de Xbox One y el resultado es muy digno. Es un juego corto (7-8 horas), con escenarios cerrados donde la oscuridad o visión nocturna tampoco requieren más potencia. Pero no nos engañemos, cumple más que de sobra su objetivo, que no es otro que el construir una ambientación terrorífica. Y vaya si lo consigue. Todo está cuidado al milímetro para tenernos en tensión y provocar auténtica claustrofobia. Por ejemplo, las puertas pueden abrirse de golpe (si queremos huir) o poco a poco. Así, podemos asomarnos por el quicio para “ver” si hay peligro o no. Sólo por esta sensación angustiosa de asomarse al infierno el juego ya merece la pena.
Esa es la razón principal para jugarlo, su atmósfera. Honestamente tengo que advertir que no es un título para todo el mundo, ni mucho menos. Vayas donde vayas hay ojos espiándote, susurros amenazantes, música de iglesia, curas que recitan versículos bíblicos. Todo eso es Outlast, una atmósfera brutal, brillantemente diseñada y ejecutada. Un juego que te atrapa y no te suelta. Es un caramelo para los amantes del survival horror, un must have it de esta generación. Al resto de jugadores puede que no les apasione tanto. Pero si quieres emociones fuertes sin tampoco complicarte la vida en dificultad y duración, este Outlast es un buen juego de fin de semana.
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